En economía, “The Wealth Effect”, o el “Efecto Riqueza” en español, es una teoría del comportamiento económico
Establece que las personas -en el caso que nos ocupa, consumidores potencialmente hablando – gastan más cuando el valor de sus activos (patrimonio) se incrementa.
Nos sentimos, financieramente más “seguros” cuando el valor de nuestros activos crece de modo a que modificamos hábitos que implican un mayor desembolso monetario
(Por ejemplo; consumimos más carne, pescado…en vez de productos más económicos).
¿Y cuáles dirías son los mecanismos sobre los que se apalanca esta manera de “alterar” estos nuestros comportamientos?
Pues, obviamente, aquellos propios de la política económica que gobiernos y bancos centrales “despliegan” cuando pretenden que reaccionemos a sus objetivos.
Veamos en la práctica como se materializa el Efecto Riqueza …
Los inmuebles y los mercados de valores son principalmente el destino de nuestros ahorros e inversiones. Si estos se aprecian, nos sentimos “más ricos” y por lo tanto gastamos más, incrementando la así llamada demanda interna.
Durante la escalada de precios inmobiliarios previa a la crisis de crédito del 2008, muchas conversaciones giraban sobre como crecía el precio de nuestras casas y como gozar de plusvalías vendiendo nuestro inmueble.
En ese momento nos sentíamos muy ricos.
Como todos conocemos, la explosión de la citada burbuja inmobiliaria desencadenó una bajada generalizada de los precios de los inmuebles y de la noche a la mañana, la demanda interna se desplomó.
Pero había que reactivarla, y los bancos centrales “inundando” de liquidez el sistema y apalancados en una política de tipos de interés negativos, fueron incentivando la demanda de los consumidores, y como no la de los gobiernos.

De la misma manera, manejaron la depresión consumista post-pandémica, la cual ha “degenerado” en esta espiral inflacionista que a lo largo del mundo se está viviendo.
Para apaciguar la inflación, los bancos centrales incrementan los tipos de interés y “recogen velas” de todo ese dinero creado artificialmente que engorda los activos inmobiliarios y financieros, drenándolo del sistema.
¿Con qué consecuencia?
Los préstamos hipotecarios se encarecen haciendo menos rentables los activos inmobiliarios, causando que los consumidores detraigan más recursos para pagar hipotecas y alquileres y por lo tanto cambien el “steak” por “chicken”, teniendo en cuenta que las bolsas de valores se desploman por el endurecimiento de las políticas monetarias de los bancos centrales y nuestros ahorros e inversiones se deterioran.
La recesión asoma. Es hora de ahorrar y gastar menos. La inflación se “controla”. Al menos por el lado de la demanda, aquella que mejor controlan los bancos centrales).
Pero esto es mareante, ¿no? ¿Ahora toca gastar, ahora toca ahorrar?, De qué depende? ¿Dónde está el equilibrio?
Pues hasta el punto en el cual nuestro sufrimiento, pobres consumidores, llegue a un subjetivo “break-even”, donde nuestro poder adquisitivo se deteriora notablemente (no llegamos a fin de mes), nuestro préstamo hipotecario es una losa (va pesando más que el activo que lo financia) y nuestros ahorros que sustentarán nuestra vejez empiezan a verse cada vez más lejanos y pequeños.
En ese momento es cuando los bancos centrales vuelven a desempolvar la “maquinita de los billetes” y todo vuelve a empezar.
La moraleja, sirviendo como lección de educación financiera en este caso es preguntarse…
Visto la emocionalidad del Efecto Riqueza en nuestras decisiones. ¿Por qué, como en la fábula de la cigarra y la hormiga, no guardamos cuando hay abundancia frente cuándo no la hay?
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